Los canales y cazoletas del sitio de Las Palmas de Anaga (Tenerife) alertan del retorno del verano
Deseo que las primeras palabras sean para Yeray Martín Dieppa por su primordial labor en el trabajo de campo. Andar caminos, observar cada rincón de terreno y llegar hasta una plataforma rocosa que muestra restos de antiguas talladuras en forma de canales y cazoletas, casi al pie del imponente Roque del Aderno en Anaga (Tenerife), demuestra que no es casualidad que estos restos guanches se localicen en ese lugar tan preciso.
Nos encontramos ante un tipo de construcción universal propio de las culturas antiguas, uno de los ritos ceremoniales de comunión comprobados por la historia que resulta coherente dentro del sistema de creencias. Los canales y las cazoletas son una construcción simbólica; metafóricamente, un pensamiento simbólico proyectado sobre el paisaje.
Los canales y cazoletas de Las Palmas de Anaga se ubican sobre una roca porosa formando una plancha con unas dimensiones de unos 6 metros de desarrollo. Contiene unas 30 cazoletas, alcanzando las más grandes unos 20 cm de diámetro. Los canalillos son pequeños, muchos de ellos poco remarcados debido a la erosión. Algunos van desembocando en los laterales de la roca y otros terminan en un canal mayor principal, más grueso y profundo, que fluye en dirección norte descendente.
Los guanches vivían inmersos en un sistema o universo simbólico que trataba de dar sentido a sus vidas, determinando sus conductas, más allá del alcance de la razón. Por eso nos cuesta tanto entenderlo. Sólo con reparar en lo que te rodea, es muy probable encontrar respuestas. El conjunto de Las Palmas de Anaga es un espacio estático, no transferible a otro lugar, estructurado como un punto de orientación que define un lugar y apela a una percepción visual trascendente que luego desvelaremos. Estas insculturas se comportan como mediadores que permiten conectar o poner en sintonía el interior de la conciencia humana y el exterior de la realidad en sí. Son necesarios para poder comprender el mundo que habita y comunicarse en él.
Stanislaw Iwaniszewski (2007) nos explica que la constitución de la sociedad descansa en los procesos simbólicos de diferentes tipos, su construcción implica la creación de los mecanismos mediante los cuales los miembros de la sociedad pueden identificar los contextos adecuados para poder crear una relación o interacción. Todos aquellos objetos, acciones y conceptos que tienen la capacidad de unir, expresar y representar los valores que los grupos humanos les confieren, con frecuencia llegan a convertirse en hechos simbólicos. Debido a su capacidad de significar y simbolizar funcionan como marcadores sociales que orientan a los individuos a actuar y al mismo momento transmiten las ideas acerca de la cosmovisión y la vida social.
Aunque cada vez menos, la historia de la investigación nos demuestra que se busca explicaciones racionales derivadas de la racionalidad de la sociedad occidental, lo que nos aleja de la intencionalidad de los actores. La combinación de cazoletas con canalillos ha conducido al grueso de los investigadores a plantear interpretaciones basadas exclusivamente en relación al vertido de líquidos. El razonamiento más recurrido es el propiciatorio o invocación de la lluvia. Algunos autores han llegado a plantear una clara función práctica de canalización y recogida de aguas de lluvia.
Otras interpretaciones relacionan estos espacios con prácticas puramente simbólicas, sin función práctica justificables, vinculadas a rutas ganaderas y control de pasos. Algunos han llegado incluso a vislumbrar mapas celestes y fenómenos asociados al movimiento de los astros, incluso sistemas calendáricos.
La sociedad produce el espacio social y se apropia de los rasgos físicos del entorno natural en un largo proceso que torna en cultura, en una práctica común. Según el propio S. Iwaniszewski (Ídem) para apropiarse de la dimensión material del mundo es necesario apropiarse de los mecanismos simbólicos necesitados para traducir e interpretarla, obteniendo así un sentido, cognitivo y existencial, ético y moral, para la existencia humana. El espacio social tiende a funcionar como un espacio simbólico y las acciones que ejecutan los agentes se sitúan tanto en el tiempo como en el espacio; por lo tanto, la espacialidad y la temporalidad son los elementos constitutivos de dichas acciones.
Se puede decir, continúa S. Iwaniszewski (Íbidem), que los agentes integran rasgos espaciales y temporales de su práctica en un proceso de la constitución de sentido. El espacio consiste en los lugares (asentamientos físicos de las prácticas), el tiempo se compone de los ciclos (organizaciones temporales de las actividades). Ambos, el espacio y el tiempo, producen y reproducen los lugares y ciclos específicos para ejecutar acciones. La dimensión espacio-temporal implica que la práctica social siempre se sitúa en un “aquí” y un “ahora”. Aquí es donde colocamos el pensamiento de los guanches que construyeron los canales y cazoletas de Las Palmas de Anaga.
El paisaje no es solo un espacio doméstico y de carácter económico de aprovechamiento agroganadero, recolección, caza y pesca. Va mucho más allá, dando entrada a la dimensión ritual y simbólica. Una vez ocupado, sus construcciones, en este caso canales y cazoletas, lo convierte en un paisaje pensado entre el simbolismo y la racionalidad, concreto y diferenciado. En este espacio construido no podemos negar el tiempo anunciado en paralelo desde el momento en que se valúa entre lo horizontal y lo vertical. Habitar el espacio es habitar también el tiempo. El significado surge pues de la concordancia y la armonía entre ciertos aspectos que unen el contenido con el contexto.
Los canales y cazoletas son el vehículo, el vinculador o conector de algo que se manifiesta y se convierte en un símbolo “de por sí” y son capaces de establecer asociaciones entre elementos ordenados como arquetipos. En conjunto son representaciones (“modelos de”) y orientaciones para la acción (“modelos para”), según la expresión de Clifford Geertz.
Otorgar sentido a un lugar para asignarles un valor, es decir, significarlo, es la culminación de una percepción ya interpretada desde la tradición, la experiencia pasada y la memoria. El significado del conjunto de canales y cazoletas de Las Palmas de Anaga desborda el contexto particular donde aparece, y remite a otros contextos. Aquí, como en otros muchos lugares, el pensamiento simbólico se proyecta sobre el paisaje. Existe una clara asociación simbólica entre el sitio, los canales y cazoletas, con el paisaje y el cosmos (astros) unidos mediante una orientación astronómica. Esto es lo que le transfiere la potencia del significado, un orden que liga la tierra con el cielo, el espacio y el tiempo. Funda una correspondencia que reúne todos los órdenes de la realidad. Lo mejor de todo es que se puede introducir un concepto de visibilidad. Es visible en lugar y tiempo programados, siendo algo incuestionable. De este modo, se construye un paisaje al identificar los elementos que destacan visualmente (Roque del Aderno). El cielo, pues, adquiere un valor socio cultural; es un modelo conductual que ordena el comportamiento de estas poblaciones.
Desde que se ejecuta la primera percusión sobre la roca se accede al nivel más profundo de la trascendencia. Una vez concluida la obra se abre el sentido (ver qué y sentir cómo en el mundo visible -el entorno-). Se trata de conseguir una dimensión cósmica que provocaba la apertura a la eminencia de la hierofanía o la manifestación de lo sagrado.
A la vista está que su finalidad ritual es la conservación del orden cósmico. A partir de una simple orientación astronómica, los guanches de Anaga se situaron en relación con el cosmos, se construye el “almogaren” de Las Palmas de Anaga y la vivencia religiosa del espacio concreto define el carácter sagrado del lugar. Ahora podían comprender el mundo que los rodeaba siempre bajo la idea de la repetición de una fuerza sagrada, una hierofanía.
El esquema mental de los guanches de Anaga es el siguiente: una vez establecido el punto fijo (canales y cazoletas como axis mundi o centro del mundo), se toma como referencia otros elementos naturales significativos (Roque del Aderno) y los elementos recurrentes de orden temporal como son los astros (en este caso el sol durante el solsticio de verano). De esta forma, se concreta y nace la conexión entre el espacio elegido con el tiempo percibido. La maquinaria cósmica comienza a funcionar y esto les procuró seguridad y protección.
La experiencia del saber es el principio que determinó la construcción del conjunto rupestre en el sitio de Las Palmas de Anaga, toda una imagen creada desde el ojo que mira y observa para colocar una marca indeleble en el espacio (canales y cazoletas). Los guanches de Anaga usaron el espacio y lo muestran cada vez que se interrumpe la continuidad del tiempo, en el instante en el que el sol del verano se detiene (solsticio= sol quieto) y despunta por la cima del imponente Roque del Aderno. El espacio y el tiempo se ensamblan.
Miguel A. Martín González
Historiador, profesor y director de la Revista Iruene
Bibliografía
– Iwaniszewski, S. (2007): El sistema social simbólico: una propuesta para la investigación arqueológica. CONACULTA-INAH-ENAH-PROMEP pp. 185-198. México