Literatura

Pícnic en Las Cañadas

Quienes vivimos el final de la época franquista, coincidimos en la sensación de que el Régimen no se acabó hasta bien avanzada la legislatura de la Unión de Centro Democrática (1979-1982) por lo menos. Por eso puedo decir sin miedo a equivocarme que la historia que empezamos ahora se desarrolló justo a finales de los años 70 del pasado siglo. Los protagonistas, por lo tanto, son tres jovencitos que rondaban los catorce años. Quizás alguno un poco más viejo.

Nuestros tres pibitos eran asiduos de lo que se conocía como “Cobasa”. Una manzana completa que cerraban altos edificios, de más de diez pisos, en la zona santacrucera de La Cruz del Señor. En medio quedaba un patio con dos grandes jardines y cuatro bancos de madera pintada de verde, asentada sobre una firme estructura de hierro.

El patio tenía entrada a media docena de edificios y salida al exterior por solo dos esquinas, que aislaban del resto un lateral un poco más alto que los demás. Ya que en los bajos que daban al patio interior tenía un par de locales comerciales, cerrados. Y, en la planta inmediatamente superior, por donde se accedía a dos edificios de la comunidad, otra serie de locales comerciales aún por explotar. Por la parte opuesta de estos dos edificios había unos cuantos proyectos de jardines que eran solo tierra y poco más allá estaba la acera que limitaba la manzana por ese lado.

Era la época de las guitarritas amenizando los grupitos de pibes, de Simon and Garfunkel (Simón y Granfunquel) Bob Dylan, etc. Los más lanzaditos estudiamos Beatles, Rolling, Deep Purple, Black Sabbath… Aunque en el ámbito local seguíamos a Eructo del Bisonte, Fruta plástica, Fuck and basters (Facan Baster) con su famoso Rock de Canarias Libre o como mínimo a Teclados Fritos. Las guitarritas que oíamos improvisaban Blues de calidad, acompañadas de armónicas, a cargo de Carlos el Chispa, Luis el Escorbuto o Paul el Canadiense. Cuando eso ¡estábamos tan lejos del rollito changa de las guitarras folclóricas o de canciones para cantar entre todos!

Las primeras manifestaciones supuestamente legalizadas nos hermanaron corriendo juntos delante de la policía que heredamos del franquismo y el protagonismo del movimiento obrero y sindicalista nos reafirmó en la clase social que nos parió. El eco de La Voz de Canarias Libre, del independentismo del MPAIAC, se mezclaba con las explosiones diarias de la refinería de Santa Cruz, de los barrenos de la construcción y los sonidos de los artefactos caseros reivindicativos del movimiento, que sonaban a lo largo y ancho de aquella silenciosa capital, forjando una generación empeñada en chocar frontalmente con la anterior. Pero aún ignorante de las sorpresas que le esperaban.

Parecía que las cosas empezaban a cambiar. Aunque para quienes frecuentamos el patio desde el principio se nos hacía extraño cualquier novedad. Estábamos acostumbrados a jugar en los locales comerciales, entrando y saliendo a nuestras anchas por cualquier resquicio que de repente aparecía invitando a ello. Hasta que un día nos encontramos con que se habían vallado los pequeños jardines de la parte de arriba y la tierra aparecía húmeda. No tardó nada en brotar un césped que provocaba sonrisas entre nosotros, aunque siempre fuimos de risa fácil.

Al poco tiempo abrió un bar en la zona: el bar Las Cañadas. Pronto empezó a acudir gente y sentimos que nuestro espacio era invadido por extraños. Ya se habían cerrado bien el acceso a los locales que quedaban vacíos y no teníamos la intimidad de antes.

Por aquel entonces la juventud era bastante reivindicativa y con la suficiente picardía para llevar a cabo acciones que no pudiesen ser reprimidas tan fácilmente. La sombra del Caudillo llegaba hasta allí, sin duda. Así que pusimos en marcha nuestra creatividad y un día, ni cortos ni perezosos, nos vimos superando la vallita que guardaba el césped, extendiendo un mantel azul y blanco a cuadros, estirando hasta donde daba la antena de la radio portátil de pilas y sacando panes y pollos asados (comprados justo enfrente, en el Bar Julia), para comer entre risas y ante las caras de asombro de los clientes y trabajadores del bar Las Cañadas.

Igual que hoy, ese tipo de pícnic no es típico en esta tierra, y menos de los barrios de la capital. Fue nuestra despedida de la parte alta de Cobasa. Las cosas siguieron cambiando sin que nadie hiciese algo para evitarlo, quién lo iba a decir.

 

 

 

Pedro M. González Cánovas

 

 

 

 

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