Que viene el lobo
Estos días se han cumplido 10 años desde la caída en Wall Street de Lehman Brothers, un acontecimiento que provocó un terremoto financiero de gran magnitud que se tradujo en la llamada, y tan sufrida, «crisis». Desde ese entonces, los recortes y la precariedad laboral nos han acompañado en nuestras vidas y han colapsado cualquier brote verde económico. Este revés que sufrió el sistema capitalista, y que padecimos la gente corriente, forma parte de su propia esencia, ganar el máximo posible hasta que todo salte por los aires y después ya veremos. Una de las premisas fundamentales en los que se sustenta una economía capitalista es el éxito individual a toda costa, por encima del bien común. Pero esta fórmula se ha encrudecido en esta última década y hemos tenido que conocer la «uberización» del sistema.
Incluyo dentro de este término a las nuevas plataformas virtuales que se disfrazan de economía colaborativa, pero que realmente son el auténtico “lobo” de nuestros días. Estas empresas tienen varias cosas en común: su capital es extranjero y proporcionan un servicio inexistente hasta entonces o, por lo menos, inexistente a esos precios. Pero, ¿a costa de qué? A costa de provocar un desequilibrio en la economía local. Airbnb es maravilloso para hospedarse unos días en Sevilla o Berlín, pero no lo es tanto cuando en tu ciudad suben los alquileres o no hay pisos libres, a causa de la proliferación de viviendas para uso vacacional. Uber también es maravilloso para ir desde el Aeropuerto de Madrid hasta la Estación de Atocha, pero no lo es tanto si tu familia vive del taxi y conoces cuánto pagan de impuestos. Así existen un sinfín de empresas que conducen, en mi opinión, a la pobreza, ya que se dirige hacia un modelo empresarial que no tributa en España y en el que el trabajador o trabajadora cada vez es menos necesario y eso se está traduciendo en la pérdida de derechos laborales.
En Canarias ya conocemos les efectos de Airbnb, pero desde hace unos meses contamos con la presencia de la empresa de reparto a domicilio “Glovo”, la del pibe que cruza en bici a toda velocidad el puente de Taco con su mochila cuadrada amarilla. Un repartidor de esta empresa es autónomo y, por tanto, necesita costearse sus gastos para poder repartir. Estos llamados “riders” deben hacerse cargo de sus vehículos y de sus mochilas de reparto, por las que tienen que desembolsar unos 90 euros. Además, necesitan trabajar cerca de 12 horas al día para tener un sueldo digno y también trabajar los días festivos, para que la empresa les mantenga los servicios entre semana. No ponen precio a su trabajo, a pesar de ser autónomos, porque de eso se encarga la empresa. Y de las vacaciones mejor ni hablamos…
Si este modelo empresarial sigue extendiéndose el número de empleos de calidad descenderán al no ser rentables, pero ojo, no así los ingresos de los empresarios. De nuevo, un beneficio individual a costa de un perjuicio colectivo. Pero lo malo no acaba ahí. Cuando estás empresas se consoliden en el territorio surgirán nuevos negocios que prestarán servicios más baratos entrando en una espiral de empleo “low cost”. Y así sucesivamente hasta llegar a una economía con un auténtico desequilibrio en las relaciones laborales y sociales. No estoy exagerando. En Barcelona, donde Airbnb ya supone un problema gigantesco, ha surgido una empresa que quiere ofrecer alquileres de pisos de 3 m², los llamados “pisos cápsula”. Afortunadamente la alcaldesa Ada Colau ha dicho que no permitirá la actividad de esta empresa.
Si la «uberización» sigue creciendo acabaremos trabajando 13 horas diarias, sin contrato ni vacaciones, y, para descansar, nos retiraremos a nuestra “lujosa” cápsula. ¿Y el ocio? El ocio será para los ricos, pero conténtate, que hay gente sin trabajo y tú, por lo menos, tienes wifi en la cápsula.
José Marrero,
concejal de Unid@s se puede en el Ayto. de La Laguna