¿Solidaridad territorial?
Sin lugar a dudas la supuesta globalización de cartón piedra que nos intentan vender en algunos medios no solo pretende limitar la autogestión de los pueblos siguiendo el criterio de una élite política, sino que es la excusa ideal para seguir explotando a los ciudadanos del mundo; prolongar otros cinco siglos el colonialismo en Canarias; desvirtuar peligrosamente la lucha de clases a una mera utopía, obviándose intencionadamente su fin último, -su verdadera fuerza- mareando la perdiz, la confusión y la desmovilización. ¿Podemos entender ahora el cabreo de los chalecos amarillos en Francia y la situación de Hong Kong?
Juan Edilberto Rodríguez Morales
Alguna gente pregunta: “¿Qué sucede cuando un país, compuesto de una provincia rica y varias provincias pobres se viene abajo porque la provincia rica se separa?” Probablemente la respuesta es: “Nada importante sucede”. La rica continuará siendo rica y las pobres continuarán siendo pobres. “Pero, ¿qué pasa si antes de la separación la provincia rica había ayudado a las pobres, qué sucede entonces?” Pues bien, por supuesto, la ayuda terminaría. Pero las provincias ricas raramente ayudan a las pobres, más bien las explotan. Ellas pueden hacerlo, no tanto directamente, sino a través de relaciones de intercambio. También puede oscurecerse un poco la situación por medio de una redistribución de los impuestos o una pequeña caridad; pero la última cosa que las provincias ricas desearían hacer es separarse de las provincias pobres.
Sin embargo, la realidad es bastante diferente, es decir, que las provincias pobres son las que desean separarse de las ricas y que las ricas desean mantenerlas unidas porque saben perfectamente bien que la explotación de las pobres dentro de sus propias fronteras es infinitamente más fácil que la explotación de las pobres fuera de ellas. Ahora bien, ¿qué actitud deberíamos tomar si una provincia pobre desea separarse a riesgo de perder algunas ayudas? ¿No es un deseo que debemos aplaudir y respetar? ¿No deseamos acaso que la gente esté sobre sus propios pies, como hombres libres y seguros de sí mismos?
Imaginemos que en 1864 Bismark hubiese anexionado la totalidad de Dinamarca en lugar de sólo una pequeña parte de ella, y que nada hubiese sucedido desde entonces. Los daneses serían una minoría en Alemania, tal vez luchando por mantener su lenguaje convirtiéndose en bilingües, siendo el lenguaje oficial el alemán por supuesto. Sólo a través de su germanización podrían evitar el convertirse en ciudadanos de segunda clase. Habría una irresistible corriente de los más ambiciosos y emprendedores daneses, convenientemente germanizados, hacia los territorios del sur. Y ¿cuál sería entonces la situación de Copenhague? la de una remota ciudad provinciana. O imaginemos Bélgica como parte de Francia. ¿Cuál sería la situación de Bruselas?: igualmente sería una ciudad provinciana sin ninguna importancia. Imaginémonos ahora que Dinamarca como una parte de Alemania y Bélgica como una parte de Francia, de repente se transformaran en lo que tan pintorescamente se llama hoy “nats”, ciudadanos deseando la independencia. Habría interminables discusiones, acalorados argumentos sobre que esos “no estados” no podrían ser económicamente viables, que su deseo de independencia era una ingenuidad política, emotividad adolescente, economía artificial y un descarado oportunismo.
Evidentemente haber llegado a esa conclusión demuestra que hemos sido educados de acuerdo a una interpretación interesada de la historia que sugería que en el principio era la familia, luego las familias se juntaron y dieron lugar a la formación de tribus, más tarde un cierto número de tribus dieron lugar a la formación de una nación, varias naciones formaron una “Unión” o unos “Estados Unidos” de donde fuera y, finalmente, se podía esperar un Gobierno del Mundo. Sin embargo lo opuesto parece ser la tendencia natural: una proliferación de nuevos estados nacionales que han querido asumir tomar las riendas de su destino con o sin coacciones. Sí, a pesar de que todos decían que era un camino equivocado, esta determinación ha estado ocurriendo paulatinamente desde la creación de la Organización de las Naciones Unidas; confirmando que las grandes unidades tienden a subdividirse en pequeñas unidades. Sea que lo aprobemos o no, por lo menos no debería pasar desapercibido. Es más, nos alienta saber que si hacemos una lista de los países más prósperos del mundo encontraremos que la mayoría de ellos son muy pequeños, mientras que una lista de los países más grandes del mundo nos mostraría que la mayoría de ellos son realmente muy pobres.
Por otra parte, no debemos obviar que cuando de lo que se trata es del mundo de las ideas, los principios o la ética, de la indivisibilidad de la paz o de la ecología, necesitamos, indudablemente, reconocer la unidad de la raza humana y basar nuestra acción sobre este reconocimiento. Si deseamos expresarlo de una manera distinta diremos que es verdad que todos los hombres somos hermanos, pero también es verdad que en nuestras relaciones personales compartir no es nuestra gran virtud, ni somos tan humanistas ni tan íntegros como queremos aparentar, tanto en cuanto nuestra posición económica dependiendo de qué decisiones se tomen en cuenta, no se vea afectada; podemos, de hecho, ser hermanos de unos pocos y es entonces cuando se nos exige un mayor sentido de hermandad hacia ellos que aquel que podríamos sentir por la humanidad como un todo. Conocemos a gente que habla mucho acerca de la fraternidad universal mientras trata a sus propios vecinos como enemigos, y también conocemos a gente que, de hecho, tiene relaciones excelentes con todos sus vecinos mientras esconde, al mismo tiempo, horribles prejuicios acerca de todos los grupos humanos que se encuentran fuera de su círculo particular. Por lo tanto sería bueno que nos dejáramos de ambigüedades estériles y evitáramos obstaculizar los procesos de dinamización de los Pueblos.
Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977)