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En defensa del 20-A, en defensa de Canarias

Hasta hace no tanto tiempo, aunque no eran pocas las personas que criticaban el modelo turístico existente de nuestras islas, casi siempre solían ser tachados de ingenuos e ilusos, “de qué vamos a vivir entonces, ¿del plátano?, Canarias no tiene industria”, “no es solo aquí, España es un país de camareros” o de vagos, “tú lo que no quieres es dar un palo al agua”, “ustedes lo quieren todo hecho”.

Sin embargo, a día de hoy, con manifestaciones convocadas para el 20A en todas y cada una de las islas, así como en diferentes ciudades de la península (Madrid, Barcelona, Granada, Málaga) e incluso a nivel internacional (Londres, Berlín, Holanda), podemos no solo afimar rotundamente que las cosas han cambiado, sino que además estamos presenciando la unión de todo el pueblo canario para reivindicar que no se puede más.

Y es que hasta el mayor defensor del turismo ve que el modelo que tenemos es insostenible en todas sus expresiones. Que el crecimiento perpetuo, habiendo cerrado el 2023 con 16 millones de turistas y facturando 18.000 millones, según los datos de Promotur Turismo de  Canarias, no se corresponde con la calidad de vida de los canarios, ya que según el informe Arope, nuestra comunidad es la segunda de España con mayor proporción de personas en riesgo de pobreza y/o exclusión social (36’2% de la población), así como la segunda también en situación de pobreza severa (13’2% de la población).

Este crecimiento no es de otra manera que a costa de nuestro territorio. Según la Consejería de Turismo y Empleo, Canarias cuenta con 545.344 plazas de alojamiento turístico. 251.308 de estas son plazas de hotel, y por alguna razón parecen no ser nunca suficientes; nuestros Ayuntamientos no frenan en el otorgamiento de licencias para seguir construyendo, sin importarles incurrir de vez en cuando alguna irregularidad, como saltarse la Ley de Costas (como con el RIU de Fuerteventura) o algún trámite preceptivo para la concesión (como el informe de impacto medioambiental en Cuna del Alma) o, incluso peor, incurrir en muestras de baja moral, como cuando mientras el volcán de la Palma estallaba y cientos de palmeros perdían sus casas, los políticos se dedicaban a pensar cómo esa nueva “atracción turística” podría ser explotada.

Encontramos también las viviendas vacacionales, que suponen 188.000 plazas, es decir, un 31% de la oferta alojativa total y, según el INE, el 4,08% del parque total de viviendas de las   islas. Este crecimiento desproporcionado y su falta de regulación conlleva graves problemas para la población canaria: por un lado, la conversión de viviendas de alquiler para uso habitual en viviendas vacacionales y el encarecimiento de los precios de arriendo suponen el desplazamiento de los residentes fuera de los núcleos urbanos donde estudian y trabajan y, especialmente, dónde se encuentran los lugares de ocio, suponiendo así una elitización residencial, en la que quedamos relegados a vivir en ciudades que solo sirven para almacenar trabajadores. A su vez, esto supone la gentrificación de nuestros barrios, que pierden su identidad a causa de la ruptura del tejido social y la eliminación de los establecimientos tradicionales.

Por otro, encontramos que conlleva también al colapso de las infraestructuras. Cada vez son más frecuentes las congestiones en carreteras y accesos, especialmente en zonas como Anaga y Masca, donde los vecinos ya reclaman medidas de control; en las zonas de aparcamiento, que se encuentran llenas de coches de alquiler; o en el transporte público, algunas veces incluso llegando a dejar desamparadas a personas que no tienen otra opción para moverse.

Si todo esto no fuera suficiente para haber generado un lógico malestar, se une a ello la manera en la que los turistas nos perciben, mostrando constantemente una clara falta de respeto hacia el medio y al canario. Se habla mucho de turismofobia, y sin embargo poco sobre las cada vez más frecuentes noticias sobre atentados en zonas protegidas; el acceso a zonas prohibidas del Teide organizar una rave, acampar sin autorización en Anaga, descensos en bicicleta por senderos protegidos, excavaciones en las dunas de Maspalomas o tarritos de piedras de la playa de las cotufas de Fuerteventura como regalos de boda, son solo algunas (aunque es cierto que no se puede esperar otra cosa cuando solo hay unos 140 agentes mediomabientales para toda Canarias).

Se habla mucho de turismofobia, diciendo que los canarios “han perdido su amabilidad”, pero no cabe sino preguntarse si a los turistas se les habrá inculcado la amabilidad hacia el residente, ya que aquellos que vienen a pasar unos días se molestan cuando quienes les  atienden no hablan un inglés con pronunciación perfecta, y los que llevan viviendo aquí años siquiera se han molestado en aprender el idioma, simplemente creando comunidades cerradas de habitantes de su propio país.

Supongo que deviene inevitable lo anterior, ya que desde siempre se ha vendido Canarias como un paraíso en el que venir a disfrutar de la fiesta y de la playa, a desconectar y a conocerse a uno mismo, sin hacer mayor mención a las características y particularidades de nuestro territorio y su población, lo que lleva a que los turistas no nos consideren más que el mero atrezo de un parque de atracciones; la “isla de vacaciones”, como se refieren a Tenerife en muchos periódicos de Reino Unido. Como dice el Colectivo Tabaiba, “somos un decorado barato en el que hacer lo que les salga de la pinga”.

No hay mejor manera de concluir que con las declaraciones sobre la convocatoria del 20A del presidente de Ashotel, Gabriel Wolgeschagen, “a la vaca que da la leche hay que dejarla tranquilita”. Y tiene razón, a la vaca que da la leche hay que dejarla tranquilita. El problema es que la vaca no son los turistas, sino la isla con sus recursos y nosotros con nuestro trabajo. Llevamos mucho tiempo pidiendo un cambio, diciendo que es insostenible el modelo que tenemos, que no se puede crecer más, que no se puede cementar nuestra tierra, que queremos trabajos dignos, en los que se nos respete y con salarios que nos permitan vivir, porque el turismo dejará mucho dinero, pero no somos nosotros los que lo   vemos.

Y no solo no se nos ha escuchado, sino que se ha actuado de manera totalmente contraria. La avaricia rompe el saco, dicen, y este dicho es la única razón que se puede encontrar cuando pensamos en la cantidad de proyectos nuevos en los que se están invirtiendo, (como el circuito de motor o el nuevo centro comercial que planean construir en Tenerife), y en todo aquello a lo que apenas se le presta atención (como el colapso del sistema canario de salud, o el colapso de las Universidades canarias, ambos por falta de medios y profesionales).

Son todas estas las razones de nuestro malestar. Son todas estas las razones por las que este 20A salimos, independientemente de nuestra visión sobre el turismo, unidas las islas y los canarios que estamos fuera. Son estas las razones por las que, desde hace 8 días, en La Concepción, San Cristóbal de La Laguna, se está llevando a cabo una huelga de hambre.

Nuestras islas no pueden más, nosotros tampoco. Esta vez no les quedará más remedio que escuchar.

Carlota Díaz García

Graduada en Derecho

 

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